viernes, 17 de octubre de 2014

Pensé que quererse era suficiente.

Hace más de un año que no empuño el teclado de este rincón del mundo. Meses que han sido vidas. Meses que reviviría una y otra vez. Y estos 109 seguidores que ya no me intimidan.

Te veo correteando descalzo por la cocina o con tu traje y tus zapatos granate desgastados porque otra vez llegas tarde al trabajo, saltando sobre el trozo de madera que se quedó abombado por la fuga de agua de la lavadora. ¿Qué te apetece comer? Probablemente pasta y seguro que carbonara. Acabo de guardar la cafetera, platos, vasos y cubiertos. En la encimera solo queda el corta-pizzas con forma de bici que compraste en Japón. Todos esos cajones que llenamos de ilusiones se han quedado vacíos y ahora están en cajas. En cajas que no hacen más que recordarme como era nuestro Reino. "Frágil". Las mismas cajas que vacié feliz hace apenas dos meses.

Es viernes y por primera vez en mucho tiempo no he logrado cruzar la puerta de nuestro castillo. Me quedan horas entre estas paredes, horas para despedirme de un sueño y aunque no puedo dar un sólo paso sin que lluevan mis ojos ahora mismo es el único lugar del mundo donde me queda un trocito de ti. La caracola del caracol.

Te imagino correteando por el BBK, tirándote por el cesped y mirándome con esa mirada que hace tiempo desapareció. Desde aquel día nunca más nos separamos. Pero con el tiempo cambiamos esas largas conversaciones en mi terraza, esas juergas cómplices que terminaban en cualquier rincón de los garitos hasta que encendían las luces, esas noches de insomnio en las que dormíamos como siameses por miradas ajenas, caminos separados, fronteras en la cama. Lo siento. Siento mucho no haber sabido mantener nuestro castillo. Y no por ti, sino por mi. Porque fuiste y siempre serás mi más bonita casualidad.

He terminado de vaciar la estantería. Esa estantería tan larga, tan blanca y con tantos recovecos. Recovecos que sólo llene yo. Tu patinete se ha quedado solo. El mío ya duerme bajo precinto marrón. Una pila de revistas, tu colección de motos. Y ahí sentada en la escalera en medio de una tormenta tropical, me ha costado aceptar que tú nunca te viniste a vivir conmigo. Dejé mi casa pero tú nunca dejaste la tuya. Tus cosas caben tan sólo en una caja. Y ahora que te has ido a casa de tus padres mientras yo encierro en cajas mi vida y encuentro otro rincón del mundo para seguir mi camino no puedo parar de pensar en la suerte que tendrá la persona que comparta este castillo contigo.

La planta de arriba es la que más me intimida. Por eso esta semana apenas he subido. El sofá que no he vuelto a tocar, la tele que no he vuelto a encender. Silencio. Es como si hubiesen apagado las luces del escenario de una bonita historia. Hace frio. Y ya no sé si es porque ha llegado el otoño o porque aquí no vive nadie. Llevo puesto tu forro polar y los pantalones de tu pijama y me paso horas mirando tu lado de la cama. Y si. Hago eso que ni siquiera debería de escribir. Oler lo poco que queda colgado en tu lado del vestidor, oler el tarro vacío de tu colonia que quedó en el baño.

El tiempo se ha detenido y no consigo borrar tu cara llorando agarrado a una maleta roja en medio del salón de lo que iba a ser nuestro Reino. Nuestro frágil Reino.
El mundo se ha detenido y mis mariposas baten tanto sus alas que me duele la tripa.

Me da igual quien lea esto. El domingo cerraré tras de mi la puerta de mi casa, ahora la puerta de su casa. Pensé que quererse era suficiente.

Te quise como si no me fueses a partir el corazón.